Simón quería conciliar todas sus partes pero nada parecía embonar en su persona. Él era fragmentos, pedazos de historias y saberes truncados. El placer y la violencia pendulaban en sus mundos. La libertad y la igualdad no eran más que utopías y no se concretaban en su existencia. Se sentía amado y rechazado, un poder mezclado minaba sus tierras sin razones comprensibles. Trataba entonces de mediar sus interacciones sociales para escapar miedos y obsesiones pero no lo conseguía. Quizás sí, a medias. Arriesgaba sus pasos como en un juego de ajedrez, juego de vida, peligraba entre los incendios de sus emociones. Transgredía en su imaginación y dominaba excesos de trabajo y de comida, de pláticas y sueños intentando regresar a un centro inalcanzable. Buscaba concentrarse y llevar su atención mental a las tareas cotidianas, responderle a Miriam y estar presente para ella, como ella lo quería pues él ya no sabía cómo resolverse. Pero Simón sabía que era tiempo de tomar mejores decisiones de vida y dejar de caminar apagando fuegos y escapando de todo y de todos, hundido en exageraciones de trabajo y soledad. Entonces llegó Miriam a casa con los boletos del viaje que prometía un espacio de reflexión y nuevas soluciones a su fragmentación. A veces sí era bueno retirarse unos días y verse desde fuera. Miriam sabía indagar en su corazón y juntos lograrían salvar su fragmentación.
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