Ana quería viajar más, siempre viajar dentro de sus libros, escribía su historia reflejada en sus personajes y se encomendaba a un desenlace que la ayudaría a escapar de su rutina. Pero para viajar en la realidad, lo hacía sólo con su prima Tere. Tere sabía organizarlo todo de manera rápida y precisa. Juntas descubrían los lugares más refinados y hasta sabían perder el tiempo en nuevos mercados locales. Lo que más le preocupaba a Ana era el mal en la tierra que transformaba a los hombres en animales violentos e incontrolables. Distraía estas preocupaciones sumida en sus libros. Nadie como Tere para espantar sus miedos más profundos y sacarle sus mejores facetas a la luz, sus mejores historias. Era como su gemela inversa, vivían una profecía de perfección entrelazada, juntas eran magia y realidad en las dosis ideales. Ana no comprendía por qué tenía que existir sin Tere y la tejía a todos sus pensamientos, a todos sus proyectos. Cuando Tere se casó, aceptó a regañadientes su extraña separación, era como si la estiraran de las extremidades para alejarla de su alma gemela. El dolor extremo ya nunca la abandonó, lo bueno que era intermitente y cuando la acechaba, se visualizaba de viaje con Tere, en un nuevo mercado por descubrir. Después, descubrió que podía desear un mundo libre de mal y contribuir a su mejoría con sus historias, que el dolor de la separación de Tere mejoraba también en los universos que descubría en las letras y mejor aún cuando se mezclaban con sus viajes con Tere, con los olores, ruidos y sabores de sus mercados.
Un complemento real y ficticio
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