La conversación, nos dice Levinas, se aparta
del orden de la violencia. Es un hecho banal y es ya maravilla de maravillas. Conversando
nos relacionamos y devenimos otros, nos transformamos y logramos ser para el
otro, salirnos de nosotros mismos. El egocentrismo queda atrás y nos centramos
en atender al otro, en servirlo. Hablar es conocer al otro, y darse a conocer a
él, es saludarnos. No sólo nombramos al otro, lo invocamos. Él es para mí, pero
también e incluso antes, yo soy para él. Lo convoco y así también estoy en
sociedad. La palabra es precisamente, acción sin violencia. Renuncio a toda
dominación y soberanía y me abro al otro. Este saludo nos aproxima y descentra,
nos sensibiliza y devuelve nuestra humanidad en parejas, nos eleva y crea
intercambios espiritual con todo otro, libres de violencia.
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