Ella recogía todo para guardarlo en su monedero,
eran monedas, piedras preciosas y llaves. A veces también una notita de la
lista del mercado, a veces ccn un sueño o un pequeño dibujo del paisaje al reverso. Le
gustaba salir de paseo por las noches con su monedero guardado en el pecho y
sembrar estrellas en el paisaje abierto. Después las recolectaba y les soplaba,
las dejaba volar libres y se acomodaban en el infinito. En el cielo profundo, a
veces se alcanzaban a ver y le dejaban admirar su brillo. Otras veces, se iban
demasiado lejos y se perdían en el espacio sideral. Aún así las sentía
acompañarla. A veces incluso les abría el paso entre los matorrales de
sus caminatas nocturnas. Su energía le daba fuerzas y disparaba la creatividad
estancada en alguna parte del alma. Ese otro dispuesto a observarla actuar por
horas y cuyo silencio la sorprendía. Sus signos se manifestaban en las veredas más
escondidas y la invitaban a sospecharse más allá de los límites del cuerpo.
Los árboles guardaban historias. Amaba
detenerse en alguno y escuchar su canto. Escuchaba con los ojos cerrados y la
luna llena la invitaba a regresar a casa. Ya en casa, antes de dormir,. ordenaba las cajas de
álbumes familiares y bailaba en un mar de recuerdos. El sueño
acomodaría todo lo vivido para saber amanecerla lista para las experiencias y
aprendizajes de un nuevo día, página en blanco.
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