Luis sabía que tenía que darse prisa y salir del dormitorio, su rostro limpio sería suficiente para verse vestido aún con los calcetines chuecos y conteniendo las ganas de llorar. Algo ardía entre las cobijas de su cama, quizá parte de sus pesadillas nocturnas que lo empujaron a huir de madrugada e intentar reparar el pasado. Fue a casa de Perla aunque estuviera en Cuernavaca y no se detuvo en la carretera hasta llegar a su destino. Recorrió el pasillo de bugambilias sin disfrutarlo y sonó dos veces la campana. Perla dejó caer su mochila en la cocina y corrió a recibirlo con un fuerte abrazo. Sintió como si nunca se hubieran separado, su pecho liberó un largo suspiro idealizando las palabras que Luis diría y borrando las que dijo antes de partir. Perla no había conseguido extraerle la ternura que sabía que su corazón guardaba. Luis la miró profundamente antes de hablar, mi niña le dijo, acariciando su cabello que tanto amaba, ya nada importa, tenías razón, estar juntos y lo demás lo enfrentaremos. La evidencia del amor que lo sobrepasaba, hizo aceptar a Luis que la razón no lo explica todo y que a pesar de los lazos humanos intermitentes, debía arriesgarse a amar.
Algo ardió entre las cobijas y despertó el valor de Luis de volver a amar
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