Laura descubría lo invisible en su pintura. Le gustaba revelarse en ella y describirse desde nuevas ventanas. A Sergio le parecía demasiado simbolismo, él prefería decir me gusta o no me gusta. Su opinión era para Laura, la vida misma y trataba de no influirla de más aunque sabía que era inevitable. Sabía que cualquier relación con Laura pasaba por su pintura. De hecho, le costaba trabajo separar su amor por ella del amor por su pintura y sus interpretaciones. Eran mezcla existencial, piel sobre piel. A veces a Sergio le ganaban amplios periodos de silencio y a Laura no le gustaban. Ella era muy parlanchina, prefería crear y no interpretar. Lo que se cansaba de interpretar era su vida, a Sergio y a los silencios de Sergio en su vida. Mirar a Sergio por las mañanas era de los mejores tesoros de su existencia consciente en la tierra, pues sabía que gran parte de sus días estaban colmados de inconsciencia y sublimación. Quizá por ello se observaba tanto y jugaba apartándose de sí misma. Las peores dudas la asaltaban al revisar sus finanzas, pero después, como en todo, descentraba la angustia existencial y decidía leer sus datos diferente. Laura renacía en la mirada de Sergio que daba luz a su ser, a su pintura. Pintar era para Laura contarle al mundo su amor por Sergio. No descubrió a la pintura después que a Sergio, pero se resignificó en y para él, pasó de ser un quehacer a saberse íkono que en líneas simples engloba y sostiene todo su concepto existencial como un mantra. Mantra de Sergio y pintura, mantra de amor de Sergio y Laura.
En el naturalismo de la conciencia e inconsciencia Laura pinta su amor por Sergio
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