Sandra iba al mercado como todos los viernes y reflexionaba en su cierre de semana. Le gustaba hacerse altos sueños los domingos y los viernes rescatar las migajas de verdad que quedaban de pie después de su confrontación concreta con la realidad. Iba también pensando y planeando sus comidas semanales. Los lunes comía Daniel su hijo en casa, Luis su marido, afortunadamente toda la semana y los jueves venía su madre a comer. A Sandra le encantaba sorprenderlos con sus platillos y compartir los mejores momentos de la vida en su mesa. Entonces, planeaba el sabor de su semana siguiente y a la par, evaluaba su semana anterior. Era como si planear sus comidas sostenía la semana anterior en su crudo concreto que había roto la utopía y la dejaba con ciertas esperanzas perdidas. Analizar y proyectar alrededor de la comida sostenía su existencia. Su historia la veía como una serie de ruinas y de catástrofes por reparar. Sandra detenía el tiempo en sus compras y proyectaba nuevos sueños y aspiraciones. Su mesianismo era lo que podría ayudarla en su semana, apoyada por nuevos sabores y esperanzas frente a lo que detonaba a cada semana la ruptura concreta de su mundo. En el mercado todo mejoraba y veía sus sueños realizados en los deseos satisfechos de la comida que preparaba para dus seres queridos. En el mercado, Sandra esperaba y construía de nuevo con alegría y desde el paladar de sus seres queridos que anhelaba acariciar mientras se entregaba cada uno a su cotidiano demandante. El mercado era cierre y renovación existencial para Sandra y centraba, sonreía sus instantes de vida en equilibrio. Sandra comía, vivía y soñaba en sus platillos.
Sandra construye y evalúa sus sueños en el mercado
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