Grace Nehmad

lunes, 31 de enero de 2022

Abrir el infinito en el rostro del otro

 

El tiempo bergsoniano cambió el mundo nos dice Levinas. San Agustín dijo en sus memorias que no sabría responder a la pregunta de qué es exacto el tiempo. Lo vivimos y vemos sus efectos como en las estaciones del año o en el envejecimiento, pero no lo vemos ni lo tocamos. El tiempo penetra en nosotros a través de los fenómenos en conciencia. Confundimos tiempo y temporalidad. ¿El tiempo es o somos nosotros los que nos desplazamos? Bergson hace una distinción revolucionaria entre tiempo y duración. El tiempo uniforme es una convención internacional y la duración es los estados cambiantes de la conciencia. El pasado llega al presente sin yuxtaposiciones, es duración es variable y subjetiva. Bergson critica la presunción de la ciencia de explicar al hombre sin considerar su interioridad. Comte y su positivismo habían dominado el conocimiento con su positivismo, la cualidad es de la conciencia y la cantidad de la ciencia es cronometral y objetivo. De ahí Levinas introduce la idea de abrir el infinito en el rostro del otro, con esta idea de duración interior de la conciencia que expande el tiempo y de alguna manera nos aleja de nuestra muerte o finitud. Nos dice Levinas en su libro entre nous que la proximidad con el otro no puede reducirse a categorías espaciales o a maneras de objetivación y de tematización. La duración está en el tiempo del otro y no se reduce a un evento puro del saber, es espiritual. Me parece una idea santa que nos abre dimensiones en la conciencia al permitirnos entrar al infinito a través del rostro del otro y alejarnos de una existencia limitada y finita. Una existencia quizá triste y sin salida, enfrascada en un tiempo objetivo que puede verse sin perspectiva, por sí mismo, quizá de manera negativa porque es finitud. Por ello el otro debe estar al centro de nuestra misión existencial. 



Expandir dimensiones  en el tiempo del otro


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