Pensar la muerte a partir del tiempo y no el tiempo a partir de la muerte, nos dice Levinas en Dios, la muerte y el tiempo, es una invitación que se extrae del utopismo de Bloch. Además hay una melancolía de la obra en fracaso que despierta la muerte pero esta melancolía vive con nosotros y no vivimos para la muerte, sino para la muerte del otro. Mi responsabilidad es por la muerte del otro. La muerte abre el rostro del otro, expresión del mandamiento de “No matarás”. Es la fenomenología de la muerte que despierta a nosotros y la diacronía, el tiempo del otro. Debemos movernos a la identidad del otro y no del mismo en lo cuál se ha centrado la filosofía occidental. Husserl dice que las ideas no mueren y son flujo, sin infinito pero el querer englobarlo se vuelve insuficiente. El flujo de ideas es expresión del deseo que materializamos en parte. Se trata de pasividad y espera que después llevan a la acción para cuidar y asistir al otro. Debemos reflexionar en la posibilidad de materializar, en el juego de diferentes planos de acción y reflexión. En todo ello hay un horizonte de verdad y una intención de lograrla en acción y cuestionamiento. Entra aquí también el escepticismo cuando ya se ve que no todo lo que parecía verdadero lo era. La apertura debe dirigir la búsqueda de la verdad materializada en el otro. Se trata de un juego de variables donde educamos cuerpo y alma para darnos al otro en amor.
Hacia el otro ascendiendo en temas y variables en apertura
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