El rostro social incluyente
El Rostro para ir de lo micro a lo macro
La conjunción de corrientes en Levinas en la cual destacan la filosofía
de tradición griega y la rama judía, talmúdica, que le dan un toque muy
especial a su filosofía del otro sostenida en una conceptualización que se
centra en un enfoque ético y en el ahora, para responder en el presente al
llamado del otro. Pero para llegar a ese presente y dotarlo de sustento y
significado profundizamos aquí en la memoria histórica del pueblo judío y como
ejemplo de lo universal. Dicha memoria me mueve hacia el otro porque comprendo
mi vulnerabilidad ya que yo mismo fui extranjero en la tierra de Egipto y me
proyecto así hacia un futuro con nuevas estructuras, incluyente que no deje
población al margen. Ahora, queremos regresar al rostro en Levinas, en este
juego micro-macro porque el rostro para Levinas es uno y somos todos y
principalmente es lo que me llama a la justicia social. Para Levinas el rostro
del otro no es objeto de un pensamiento, un objeto capturable de una verdad que
se concibe como si fuera una simple adecuación. El otro no es un simple objeto
estático. El otro se impone con su alteridad, me mira y me mira una vez más
alejándose de la idea que tengo de él en la mente, dice Lévinas: “nosotros
llamamos rostro al modo en el cual se presenta el otro, que supera la idea del
otro en mi” (Levinas, 1987 p.208). El rostro me abre el infinito y me aproxima
a Dios pues no es apresable, se me escapa. No consigo representar a Dios tal
cual y sólo consigo aproximarme a Él a través de una piel que me invita a
traspasarla.
Este mundo no consiste en asumir, ante mi mirada, la figura de un tema, el mostrarse como un conjunto de cualidades que forman una imagen. El rostro del otro destruye a cada momento y sobrepasa la imagen plástica que deja en mí. Una imagen, como en una foto, vive siempre en un contexto. En cambio, a través de los ojos de otros, sin saber su color penetro su infinito. El rostro del otro tiene significado por sí, se impone más allá del contexto físico y social: “el rostro es significación y significación sin contexto” (Levinas, 1974).
Este mundo no consiste en asumir, ante mi mirada, la figura de un tema, el mostrarse como un conjunto de cualidades que forman una imagen. El rostro del otro destruye a cada momento y sobrepasa la imagen plástica que deja en mí. Una imagen, como en una foto, vive siempre en un contexto. En cambio, a través de los ojos de otros, sin saber su color penetro su infinito. El rostro del otro tiene significado por sí, se impone más allá del contexto físico y social: “el rostro es significación y significación sin contexto” (Levinas, 1974).
La edad corresponde al rostro y carcome a la carne, avanza, va más allá
de la fenomenología. Paso a paso, se ve en los autorretratos de Rembrandt como
su rostro se va yendo y en sus últimos autorretratos parece ya ni estar
presente. Un rostro al envejecer va desapareciendo, pero también uno joven se
escapa, va como a contracorriente de la fenomenología. En los retratos egipcios
parece que vemos su espíritu, su eternidad. Se fueron y parece que los estamos
viendo vivir. Estamos en la presencia y no en la representación. El retrato es
con la intención de embellecer, se trata de un perfil en majestad y el
autorretrato en cambio, es espejo, como instrumento al infinito, es solitario.
Artaud dice que el hombre espera siempre su verdadero rostro. Cara a Cara el
espejo no me refleja mi verdadero rostro, me pone frente al abismo y me
confisca mi imagen (Pelluchon, 2020).
Autorretrato Rembrandt 1652, museo de Viena.
En Víctor Hugo vemos en el hombre que ríe ese que de alguna manera es el mismo del personaje del Joker actual de la película, es un rostro en su humildad y carencia el que se nos presenta (Hugo, 2020). En Levinas lo físico, el color de los ojos y lo que veo no me dicen todo, la apariencia esconde lo que se me escapa y no logro atrapar. Trato entonces de atrapar lo que expresa y no puedo dominar, escapa a mi poder. Atrás del rostro del otro está toda la humanidad y ese rostro me habla de mi responsabilidad. El rostro es político y ético. El rostro no es sólo su fenomenología. En un traspaso del rostro me voy al otro. Su rostro me sacude y me pone límites, no soy libre. Encadenado a él es como me libero como hemos visto aquí. El otro me habla de quien soy, en la medida en cómo respondo a él, a mi responsabilidad frente a él.
Autorretrato Rembrandt 1652, museo de Viena.
En Víctor Hugo vemos en el hombre que ríe ese que de alguna manera es el mismo del personaje del Joker actual de la película, es un rostro en su humildad y carencia el que se nos presenta (Hugo, 2020). En Levinas lo físico, el color de los ojos y lo que veo no me dicen todo, la apariencia esconde lo que se me escapa y no logro atrapar. Trato entonces de atrapar lo que expresa y no puedo dominar, escapa a mi poder. Atrás del rostro del otro está toda la humanidad y ese rostro me habla de mi responsabilidad. El rostro es político y ético. El rostro no es sólo su fenomenología. En un traspaso del rostro me voy al otro. Su rostro me sacude y me pone límites, no soy libre. Encadenado a él es como me libero como hemos visto aquí. El otro me habla de quien soy, en la medida en cómo respondo a él, a mi responsabilidad frente a él.
Lo que expresa el otro dice Levinas, es lo que me ordena a servirlo. La
ética es exterioridad que me viene del otro. El rostro me aparece en su
vulnerabilidad, en su carencia, en lo que le falta a la humanidad para
completarse y es ahí donde me llama a asistirlo. Alteridad es lo singular,
queremos encuadrar y someter, pero se escapa y me despierta de mi letargo. Mi
primer impulso es que quiero matarlo porque me disturba, me saca de mí. Pensar
el rostro así es oponerse al totalitarismo. La tendencia social a la
burocracia, a cosificar, a convertir al hombre en un número se rompe aquí a
través del concepto del rostro levinasiano.
El rostro expresa el infinito de mi responsabilidad hacia él. No puedo
reducir al otro a lo que creo ni limitarlo y se vuelve macro, es contra el
totalitarismo. El otro nos lleva también a matar en un intento por no exponerme
a su imprevisible, al abismo. El rostro me empuja porque se me escapa y se
evade y por eso quiero matarlo para que ya no se me escape y pueda dominarlo o
más bien, llevarlo a la nada (Levinas, 1974).
La responsabilidad de un mortal hacia otro se da a través de su rostro.
Debido a la fragilidad del otro despierto a la ética, al infinito, a la
humanidad. Ese hombre que se ríe de sí mismo, de sus carencias y fragilidad, se
ríe así de mí y me sacude. Esa risa incontenible del joker me despierta y se
burla de mí que me creo total y completo y despierto así a mi muerte segura y
para olvidarla quiero matar a ese rostro como primer impulso. Ese rostro me
recuerda a una sociedad rota que en su modernidad no responde a hordas de
personas desempleadas, que viven al margen de la acción. De estas personas
rotas, nadie se ocupa y viven como fantasmas en la sociedad, no alcanzan nunca
lo que se requiere para ser tomadas en cuenta. (Hugo, 2020).
El otro no es un personaje en el contexto. El sentido del rostro no
consiste en la relación con cualquier cosa, sino que es sentido solamente por
sí. Se puede decir que el rostro no es visto en realidad. Nos dice Levinas:
“…es aquello que no puede ser poseído por un pensamiento, es el incontenible,
te conduce más allá” (Levinas, 1987, p.213). El rostro del otro sale del
anonimato del ser, y de igual forma, me hace salir de ese anonimato. Esto se da
porque la relación al rostro es una cuestión ética. Cuando el rostro del otro
sale a mi encuentro me llama a asistirlo.
Cuando el rostro del otro entra en nuestro mundo es como una visita y,
de esta forma, es también una responsabilidad, ese rostro me mira y esto me
impone una actitud ética, se trata del pobre por el cual yo puedo y debo todo.
Es así que el rostro se abstiene de la posesión, por lo que afirma Levinas: “me
habla y me invita a una relación que no tiene medida común con un poder que se
ejercita, aunque sea por el gozo o el conocimiento” (Levinas, 1987, p.219).
El rostro me envuelve, me hace inmediatamente responsable, esta
responsabilidad en confrontación con el otro se configura en el pensamiento de
nuestro filósofo como la estructura originaria del sujeto. Desde el inicio,
ejemplifica Lévinas, el extraño que todavía no se ha concebido ni tampoco dado
a luz ya se tiene en brazos. En este caso la responsabilidad que tengo con el
otro llega hasta el punto en el que yo deba sentirme responsable de la
responsabilidad de los otros. Esto conlleva también la construcción de las
distintas instituciones y del estado. Pero es una realidad que aquel por quien
soy responsable puede llegar a ser un atacante devorador de un tercero, quien
también es mi otro. De esto último surge la necesidad de una justicia.
La necesidad de esta justicia sustenta la necesidad de las instituciones
y el estado que protegen y defienden. Es en este triángulo de relaciones se
presenta el problema de la interacción entre el segundo y el tercero. A la
caridad con la que se inicia se integra también esta preocupación de justicia y
por tanto la exigencia del estado y de la política, de esta forma se puede
afirmar que la justicia se vuelve más completa y regresamos al nivel macro
(Levinas, 1987, p.315).
Aquí entra el tema moderno de las selfies y aquí Marion Zilio habla de
las máscaras griegas que lejos de esconder, revelan. Rostro y máscara para
deconstruir la identidad. La historia del rostro y de la máscara para llegar a
una actualidad y nuestra sensibilidad para ver nuestro rostro social y cómo nos
percibimos. El soporte de la máscara, el espejo, o la fotografía nos permiten
aproximarnos a nuestro rostro.
La comercialización del
espejo abre una época a nuestra percepción y nuestra manipulación del rostro.
De la relación con la muerte y lo sagrado en el arte egipcio y después en Roma
que conservaban las máscaras como efigies se cambia la manera de abordar estas
máscaras. Tanto hoy como antes, es identidad. Pero de una manera exterior se ha
ido volcando al interior, a la búsqueda interior de quién soy en vida y no una
manera de atrapar mi espíritu para los que se quedan después de mi muerte o
para vivir en el más allá.
Antes de que aparezca
la fotografía, el arte es visto como fotografía exacta de la naturaleza. Con la
fotografía tan a la mano en los celulares es un narcisismo el que vivimos al
surgir la posibilidad de fotografiarse sin límites. Esta posibilidad, podría
también limitar la fragmentación y el politeísmo, ser suma de momentos que
buscan desesperadamente aproximarse al rostro que se escapa (Zilio, 2020).
Se democratiza la
representación de sí mismo. Te construyes tu imagen y te comercializas tratando
de construir tu identidad. Desafortunadamente, en el camino de este
descubrimiento que puede ser utilizado positivamente como una herramienta de
búsqueda interior, se dan muchas distorsiones que nos alejan del rostro tal como
lo comprende Levinas y de la posibilidad de dejarnos sacudir por su llamado
desestabilizante que nos lleva a crecer, a aproximarnos al infinito mediante su
visitación. Tanta imagen satura y nos vuelve inmunes al llamado del otro.
Regresemos pues a los fundamentos levinasianos desde nuestra actualidad y
dejémonos absorber por ellos, abiertos a incorporar las nuevas herramientas
tecnológicas hacia el servicio del otro, hacia el desarrollo interior volcado a
atender al llamado del otro.
“El rostro es abstracto.
Esta abstracción no es similar al dato sensible bruto de los empiristas… el
Otro es puro agujero en el mundo. Procede de lo absolutamente ausente,” Nos
dice Levinas y ese rostro que no responde a un orden por eso nos sacude. El
rostro nos visita y deja su huella en nosotros. Continúa el autor diciendo, “la
huella no pertenece a la fenomenología…, la huella auténtica, desarregla el
orden del mundo… La huella es la presencia del que, hablando propiamente, no ha
estado jamás aquí, del que siempre es pasado”, y es pasado como nos dice
Levinas pero un pasado atemporal como cuando hablábamos de la memoria histórica
que viene a enseñarnos responsabilidad a todo otro (Levinas, 1974).
En cuanto hemos venido
revisando apoyándonos en Levinas, vemos que el llamado del Otro a nivel macro nos
acecha hoy y somos capaces de dar un brinco de ese rostro individual que nos
interpela, al rostro macro, a romper el sistema actual que nos ordena dese la
visitación del otro que deje una huella desestabilizadora en nosotros y nos
obligue a responder para ya no dejar al margen a ningún otro y en particular a
los más vulnerables. Se trata pues de volver a la sensibilidad del gallo que
sabe discernir entre el día y la noche y esperar al mesías que no es otro que
un nuevo orden incluyente de justicia social desde la ética como base.
Dice el poeta L. Felipe
(1978): “Poetas… La poesía es una ventana… la única ventana de mi casa”. Está
hablando desde la ventana que nos hace posible el rostro, ventana al infinito y
desde ella somos capaces de concretar un nuevo orden en respeto y justicia.
Desde la filosofía
griega hasta nuestros días hemos comprendido nuestra realidad como dual en
tiempo y espacio, materia y energía. Entonces como humanos somos lo que somos
de manera definitiva y es lo que Levinas critica. Este acercamiento margina y
nos hemos ido moviendo en la modernidad hacia el yo poroso en la presencia
concreta surgida del encuentro, de las huellas que han dejado los otros en
nosotros al estilo levinasiano. Sin embargo, constantemente recaemos en formas
de pensar totalizadoras que marginan e inhiben nuestra evolución humana. Cuando
la moral nos es impuesta del exterior y decide las reglas del juego desde este
tipo de concepción totalizadora, estamos en problemas. El humanismo está en
peligro, tenemos que movernos hacia la libertad entendida como servicio al
otro, a ese rostro que me interpela y aleja de las esclavitudes totalizantes y
desvirtuantes. El poder y la dignidad pueden regresar a nosotros desde el
rescate del poder y la dignidad del otro, del no marginarlo ni aproximarlo
desde una competencia desleal que lo único que busca es dominarlo.
Aquí también podemos
hablar de la porción de la lectura de la Torá de Éxodo 38:21-40:38 que menciona
la construcción del tabernáculo en donde todos se unen como comunidad para
crear juntos para Dios y son socios de Dios, creadores a imagen y semejanza y
comunidad con un líder y no masa de gente como dice el Rabino Sacks (Sacks,
2020). Cada individuo da lo que tiene para el proyecto común. La masa de gente
en cambio entra en pánico y como en la crisis de la pandemia del coronavirus,
hace escasear bienes de limpieza y aseo personal sin ninguna conciencia. Es
masa amorfa que pone a todos en peligro. Somos comunidad global, podemos serlo,
somos llamados a serlo. A planificar con orden y llevar a la acción con
eficiencia por el bien común. Se trata pues de extrapolar del rostro
levinasiano individual a un rostro social incluyene que no deje fuera a nadie y
que todo rostro individual cuente en cuerpo y alma con sus hermosas
particularidades que nos van a elevar a todos en su reconocimiento. Parece
utópico, podemos lograrlo, llegar al Uno a través de la suma de rostros que no
son números, son más bien puerta al infinito que eleva al rostro social.
Me pinto al viajar el rostro que seré en el espejo del otro
para asistirlo viajo. Mi barca va hacia su alma para atenderla.
Sumando rostros completaremos el viaje del Alma por esta tierra.
Me pinto al viajar el rostro que seré en el espejo del otro
para asistirlo viajo. Mi barca va hacia su alma para atenderla.
Sumando rostros completaremos el viaje del Alma por esta tierra.
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