Grace Nehmad

martes, 9 de junio de 2020

Por un rostro social incluyente




El rostro social incluyente

El Rostro para ir de lo micro a lo macro

La conjunción de corrientes en Levinas en la cual destacan la filosofía de tradición griega y la rama judía, talmúdica, que le dan un toque muy especial a su filosofía del otro sostenida en una conceptualización que se centra en un enfoque ético y en el ahora, para responder en el presente al llamado del otro. Pero para llegar a ese presente y dotarlo de sustento y significado profundizamos aquí en la memoria histórica del pueblo judío y como ejemplo de lo universal. Dicha memoria me mueve hacia el otro porque comprendo mi vulnerabilidad ya que yo mismo fui extranjero en la tierra de Egipto y me proyecto así hacia un futuro con nuevas estructuras, incluyente que no deje población al margen. Ahora, queremos regresar al rostro en Levinas, en este juego micro-macro porque el rostro para Levinas es uno y somos todos y principalmente es lo que me llama a la justicia social. Para Levinas el rostro del otro no es objeto de un pensamiento, un objeto capturable de una verdad que se concibe como si fuera una simple adecuación. El otro no es un simple objeto estático. El otro se impone con su alteridad, me mira y me mira una vez más alejándose de la idea que tengo de él en la mente, dice Lévinas: “nosotros llamamos rostro al modo en el cual se presenta el otro, que supera la idea del otro en mi” (Levinas, 1987 p.208). El rostro me abre el infinito y me aproxima a Dios pues no es apresable, se me escapa. No consigo representar a Dios tal cual y sólo consigo aproximarme a      Él a través de una piel que me invita a traspasarla.
Este mundo no consiste en asumir, ante mi mirada, la figura de un tema, el mostrarse como un conjunto de cualidades que forman una imagen. El rostro del otro destruye a cada momento y sobrepasa la imagen plástica que deja en mí. Una imagen, como en una foto, vive siempre en un contexto. En cambio, a través de los ojos de otros, sin saber su color penetro su infinito. El rostro del otro tiene significado por sí, se impone más allá del contexto físico y social: “el rostro es significación y significación sin contexto” (Levinas, 1974).
La edad corresponde al rostro y carcome a la carne, avanza, va más allá de la fenomenología. Paso a paso, se ve en los autorretratos de Rembrandt como su rostro se va yendo y en sus últimos autorretratos parece ya ni estar presente. Un rostro al envejecer va desapareciendo, pero también uno joven se escapa, va como a contracorriente de la fenomenología. En los retratos egipcios parece que vemos su espíritu, su eternidad. Se fueron y parece que los estamos viendo vivir. Estamos en la presencia y no en la representación. El retrato es con la intención de embellecer, se trata de un perfil en majestad y el autorretrato en cambio, es espejo, como instrumento al infinito, es solitario. Artaud dice que el hombre espera siempre su verdadero rostro. Cara a Cara el espejo no me refleja mi verdadero rostro, me pone frente al abismo y me confisca mi imagen (Pelluchon, 2020).


Autorretrato Rembrandt 1652, museo de Viena.
En Víctor Hugo vemos en el hombre que ríe ese que de alguna manera es el mismo del personaje del Joker actual de la película, es un rostro en su humildad y carencia el que se nos presenta (Hugo, 2020). En Levinas lo físico, el color de los ojos y lo que veo no me dicen todo, la apariencia esconde lo que se me escapa y no logro atrapar. Trato entonces de atrapar lo que expresa y no puedo dominar, escapa a mi poder. Atrás del rostro del otro está toda la humanidad y ese rostro me habla de mi responsabilidad. El rostro es político y ético. El rostro no es sólo su fenomenología. En un traspaso del rostro me voy al otro. Su rostro me sacude y me pone límites, no soy libre. Encadenado a él es como me libero como hemos visto aquí. El otro me habla de quien soy, en la medida en cómo respondo a él, a mi responsabilidad frente a él.
Lo que expresa el otro dice Levinas, es lo que me ordena a servirlo. La ética es exterioridad que me viene del otro. El rostro me aparece en su vulnerabilidad, en su carencia, en lo que le falta a la humanidad para completarse y es ahí donde me llama a asistirlo. Alteridad es lo singular, queremos encuadrar y someter, pero se escapa y me despierta de mi letargo. Mi primer impulso es que quiero matarlo porque me disturba, me saca de mí. Pensar el rostro así es oponerse al totalitarismo. La tendencia social a la burocracia, a cosificar, a convertir al hombre en un número se rompe aquí a través del concepto del rostro levinasiano.
El rostro expresa el infinito de mi responsabilidad hacia él. No puedo reducir al otro a lo que creo ni limitarlo y se vuelve macro, es contra el totalitarismo. El otro nos lleva también a matar en un intento por no exponerme a su imprevisible, al abismo. El rostro me empuja porque se me escapa y se evade y por eso quiero matarlo para que ya no se me escape y pueda dominarlo o más bien, llevarlo a la nada (Levinas, 1974).
La responsabilidad de un mortal hacia otro se da a través de su rostro. Debido a la fragilidad del otro despierto a la ética, al infinito, a la humanidad. Ese hombre que se ríe de sí mismo, de sus carencias y fragilidad, se ríe así de mí y me sacude. Esa risa incontenible del joker me despierta y se burla de mí que me creo total y completo y despierto así a mi muerte segura y para olvidarla quiero matar a ese rostro como primer impulso. Ese rostro me recuerda a una sociedad rota que en su modernidad no responde a hordas de personas desempleadas, que viven al margen de la acción. De estas personas rotas, nadie se ocupa y viven como fantasmas en la sociedad, no alcanzan nunca lo que se requiere para ser tomadas en cuenta. (Hugo, 2020).
El otro no es un personaje en el contexto. El sentido del rostro no consiste en la relación con cualquier cosa, sino que es sentido solamente por sí. Se puede decir que el rostro no es visto en realidad. Nos dice Levinas: “…es aquello que no puede ser poseído por un pensamiento, es el incontenible, te conduce más allá” (Levinas, 1987, p.213). El rostro del otro sale del anonimato del ser, y de igual forma, me hace salir de ese anonimato. Esto se da porque la relación al rostro es una cuestión ética. Cuando el rostro del otro sale a mi encuentro me llama a asistirlo.
Cuando el rostro del otro entra en nuestro mundo es como una visita y, de esta forma, es también una responsabilidad, ese rostro me mira y esto me impone una actitud ética, se trata del pobre por el cual yo puedo y debo todo. Es así que el rostro se abstiene de la posesión, por lo que afirma Levinas: “me habla y me invita a una relación que no tiene medida común con un poder que se ejercita, aunque sea por el gozo o el conocimiento” (Levinas, 1987, p.219).
El rostro me envuelve, me hace inmediatamente responsable, esta responsabilidad en confrontación con el otro se configura en el pensamiento de nuestro filósofo como la estructura originaria del sujeto. Desde el inicio, ejemplifica Lévinas, el extraño que todavía no se ha concebido ni tampoco dado a luz ya se tiene en brazos. En este caso la responsabilidad que tengo con el otro llega hasta el punto en el que yo deba sentirme responsable de la responsabilidad de los otros. Esto conlleva también la construcción de las distintas instituciones y del estado. Pero es una realidad que aquel por quien soy responsable puede llegar a ser un atacante devorador de un tercero, quien también es mi otro. De esto último surge la necesidad de una justicia.
La necesidad de esta justicia sustenta la necesidad de las instituciones y el estado que protegen y defienden. Es en este triángulo de relaciones se presenta el problema de la interacción entre el segundo y el tercero. A la caridad con la que se inicia se integra también esta preocupación de justicia y por tanto la exigencia del estado y de la política, de esta forma se puede afirmar que la justicia se vuelve más completa y regresamos al nivel macro (Levinas, 1987, p.315).
Aquí entra el tema moderno de las selfies y aquí Marion Zilio habla de las máscaras griegas que lejos de esconder, revelan. Rostro y máscara para deconstruir la identidad. La historia del rostro y de la máscara para llegar a una actualidad y nuestra sensibilidad para ver nuestro rostro social y cómo nos percibimos. El soporte de la máscara, el espejo, o la fotografía nos permiten aproximarnos a nuestro rostro.

          La comercialización del espejo abre una época a nuestra percepción y nuestra manipulación del rostro. De la relación con la muerte y lo sagrado en el arte egipcio y después en Roma que conservaban las máscaras como efigies se cambia la manera de abordar estas máscaras. Tanto hoy como antes, es identidad. Pero de una manera exterior se ha ido volcando al interior, a la búsqueda interior de quién soy en vida y no una manera de atrapar mi espíritu para los que se quedan después de mi muerte o para vivir en el más allá.

          Antes de que aparezca la fotografía, el arte es visto como fotografía exacta de la naturaleza. Con la fotografía tan a la mano en los celulares es un narcisismo el que vivimos al surgir la posibilidad de fotografiarse sin límites. Esta posibilidad, podría también limitar la fragmentación y el politeísmo, ser suma de momentos que buscan desesperadamente aproximarse al rostro que se escapa (Zilio, 2020).

            Se democratiza la representación de sí mismo. Te construyes tu imagen y te comercializas tratando de construir tu identidad. Desafortunadamente, en el camino de este descubrimiento que puede ser utilizado positivamente como una herramienta de búsqueda interior, se dan muchas distorsiones que nos alejan del rostro tal como lo comprende Levinas y de la posibilidad de dejarnos sacudir por su llamado desestabilizante que nos lleva a crecer, a aproximarnos al infinito mediante su visitación. Tanta imagen satura y nos vuelve inmunes al llamado del otro. Regresemos pues a los fundamentos levinasianos desde nuestra actualidad y dejémonos absorber por ellos, abiertos a incorporar las nuevas herramientas tecnológicas hacia el servicio del otro, hacia el desarrollo interior volcado a atender al llamado del otro.

            “El rostro es abstracto. Esta abstracción no es similar al dato sensible bruto de los empiristas… el Otro es puro agujero en el mundo. Procede de lo absolutamente ausente,” Nos dice Levinas y ese rostro que no responde a un orden por eso nos sacude. El rostro nos visita y deja su huella en nosotros. Continúa el autor diciendo, “la huella no pertenece a la fenomenología…, la huella auténtica, desarregla el orden del mundo… La huella es la presencia del que, hablando propiamente, no ha estado jamás aquí, del que siempre es pasado”, y es pasado como nos dice Levinas pero un pasado atemporal como cuando hablábamos de la memoria histórica que viene a enseñarnos responsabilidad a todo otro (Levinas, 1974).

            En cuanto hemos venido revisando apoyándonos en Levinas, vemos que el llamado del Otro a nivel macro nos acecha hoy y somos capaces de dar un brinco de ese rostro individual que nos interpela, al rostro macro, a romper el sistema actual que nos ordena dese la visitación del otro que deje una huella desestabilizadora en nosotros y nos obligue a responder para ya no dejar al margen a ningún otro y en particular a los más vulnerables. Se trata pues de volver a la sensibilidad del gallo que sabe discernir entre el día y la noche y esperar al mesías que no es otro que un nuevo orden incluyente de justicia social desde la ética como base.

            Dice el poeta L. Felipe (1978): “Poetas… La poesía es una ventana… la única ventana de mi casa”. Está hablando desde la ventana que nos hace posible el rostro, ventana al infinito y desde ella somos capaces de concretar un nuevo orden en respeto y justicia.

            Desde la filosofía griega hasta nuestros días hemos comprendido nuestra realidad como dual en tiempo y espacio, materia y energía. Entonces como humanos somos lo que somos de manera definitiva y es lo que Levinas critica. Este acercamiento margina y nos hemos ido moviendo en la modernidad hacia el yo poroso en la presencia concreta surgida del encuentro, de las huellas que han dejado los otros en nosotros al estilo levinasiano. Sin embargo, constantemente recaemos en formas de pensar totalizadoras que marginan e inhiben nuestra evolución humana. Cuando la moral nos es impuesta del exterior y decide las reglas del juego desde este tipo de concepción totalizadora, estamos en problemas. El humanismo está en peligro, tenemos que movernos hacia la libertad entendida como servicio al otro, a ese rostro que me interpela y aleja de las esclavitudes totalizantes y desvirtuantes. El poder y la dignidad pueden regresar a nosotros desde el rescate del poder y la dignidad del otro, del no marginarlo ni aproximarlo desde una competencia desleal que lo único que busca es dominarlo.

            Aquí también podemos hablar de la porción de la lectura de la Torá de Éxodo 38:21-40:38 que menciona la construcción del tabernáculo en donde todos se unen como comunidad para crear juntos para Dios y son socios de Dios, creadores a imagen y semejanza y comunidad con un líder y no masa de gente como dice el Rabino Sacks (Sacks, 2020). Cada individuo da lo que tiene para el proyecto común. La masa de gente en cambio entra en pánico y como en la crisis de la pandemia del coronavirus, hace escasear bienes de limpieza y aseo personal sin ninguna conciencia. Es masa amorfa que pone a todos en peligro. Somos comunidad global, podemos serlo, somos llamados a serlo. A planificar con orden y llevar a la acción con eficiencia por el bien común. Se trata pues de extrapolar del rostro levinasiano individual a un rostro social incluyene que no deje fuera a nadie y que todo rostro individual cuente en cuerpo y alma con sus hermosas particularidades que nos van a elevar a todos en su reconocimiento. Parece utópico, podemos lograrlo, llegar al Uno a través de la suma de rostros que no son números, son más bien puerta al infinito que eleva al rostro social.


 Me pinto al viajar el rostro que seré en el espejo del otro
para asistirlo viajo. Mi barca va hacia su alma para atenderla.
Sumando rostros completaremos el viaje del Alma por esta tierra.

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