“Pero ¿qué es el hombre privado de su memoria? Ni
siquiera un fantasma...” (Wiesel, 1991).
"Ni siquiera un fantasma. Sin memoria
no hay historia, biografía, ni identidad. No hay vida. La memoria es la vida
interior de la consciencia, su propia respiración y espiritualidad. La memoria,
podría expresarse, como lo creían los antiguos, no solo era la madre de las
musas, sino el sentido superior por excelencia, “la esencia de la
interioridad”, dirá Levinas.
La memoria puede ser entendida como
concepto multidimensional. “La memoria es un sentido: aquel en el que se funden
todos los otros para hacernos felices o desdichados, alegres o tristes,
atrevidos o apáticos. Se puede sentir (o percibir) sin memoria, pero no se
puede experimentar (resentir) sin ella. Nuestros recuerdos nos permiten
interpretar nuestras
sensaciones, relacionarlas entre ellas, fundirlas
en un solo sentido que es el de la memoria y que produce la impresión de que
vivenciamos (ressentons)” (Bonarpé, 1994).
Los malos usos de la memoria han
prevalecido en nuestro tiempo despojándola de su lugar de privilegio en la
historia y su fuerza de legitimación, festejando el reinado del olvido y,
finalmente, conduciéndonos al mismo destino que los regímenes totalitarios, es
decir, al reino de la barbarie:
“Hoy en día se oye a menudo criticar
a las democracias liberales de Europa occidental o de Norteamérica, reprochando
su contribución al deterioro de la memoria, al reinado del olvido. Arrojados a
un consumo cada vez más rápido de información, nos inclinaríamos a prescindir
de ésta de manera no menos acelerada; separados de nuestras tradiciones, embrutecidos
por las exigencias de una sociedad del ocio y desprovistos de curiosidad
espiritual, así como de familiaridad con las grandes obras del pasado,
estaríamos condenados a festejar alegremente el olvido y a centrarnos en los
vanos placeres del instante” (Bonarpé, 1994).
El concepto de memoria puede ser
pensado más allá del recuerdo, indica Lévinas, en un texto que permite
profundizar desde una mirada fenomenológica, la estructuración temporal que la
sostiene, otro modo de pensar la memoria a partir de la tradición del judaísmo.
Para
el judaísmo, la memoria es conciencia que cobra vida en un cotidiano reclinado
en el ritual y la liturgia. La relación entre la memoria y los conceptos de
libro, lectura, enseñanza, tradición y transmisión se une con una memoria de lo
humano, sobre y acerca de lo propiamente humano, aquí entraría la
fenomenología, la tradición filosófica que lleva a ella.
El judaísmo experimenta la proximidad
con Dios, su cercanía y relación, a través de la memoria, memoria de proximidad
que se erige como la piedra fundamental mediante la cual se afirma y mantiene
su identidad histórica, cultural y religiosa; memoria aquí como evocación
continua, permanente, marcando el ritmo de la vida de Israel, memoria como imperativo ético para recordar los eventos fundacionales de su historia. La memoria se presenta como sentido superior
orientador. Por otra parte, la sensibilidad judía resulta subordinada a un
pasado que se funda en la historia del éxodo y la revelación en el Sinaí,
eventos con los cuales Israel se mantendrá en una permanente y vital
evocación a lo largo de su historia. La memoria como espiritualidad o respiración
de la conciencia (Bonarpé, 1994).
Min père et moi, Charles Hossein Zenderoudi, 1962, MoMa.
Dice Lévinas, una historia se mueve, dando al presente su significado: “Conciencia no es, en este caso, sólo la articulación de lo nuevo, sino también la narración del pasado por la cual la conciencia es sustentada y ordenada” (Levinas, 1988) – Así, se une la memoria al presente para responder al llamado del rostro que nos interpela y dotar de sentido ético a nuestra existencia.
Min père et moi, Charles Hossein Zenderoudi, 1962, MoMa.
Dice Lévinas, una historia se mueve, dando al presente su significado: “Conciencia no es, en este caso, sólo la articulación de lo nuevo, sino también la narración del pasado por la cual la conciencia es sustentada y ordenada” (Levinas, 1988) – Así, se une la memoria al presente para responder al llamado del rostro que nos interpela y dotar de sentido ético a nuestra existencia.
Como comenta Alberto Sucasas, “si,
por tanto, el acontecimiento histórico se erige en instancia fundacional de
Israel, la vida judía ha de asignar un papel nuclear a la memoria, convirtiendo
el recuerdo en mandato esencial. El todo de la existencia gravita en torno a la
evocación de lo históricamente acontecido, pero tales sucesos, materialización
de la complicidad entre el Dios de la Alianza y su pueblo, definen la identidad
judía. Emerge así, la temporalidad como pasado heterónomo, ante todo, al
recuerdo de la teofanía” (Sucasas, 2010, p. 261-275).
Ronald Hendel comenta al respecto:
“El éxodo de Egipto es un punto focal de la antigua religión israelita.
Virtualmente cada tipo de literatura religiosa en la Biblia Hebrea –prosa
narrativa, poesía litúrgica, prosa didáctica y profecía- celebra el éxodo como
un evento fundacional. El ritual israelita, la ley y ética son frecuentemente
basados en el precedente y memoria del éxodo” (Hendel,).
Así, la conciencia que articula tanto
lo nuevo como lo antiguo, y lo actual nutre y sostiene la acción ética hacia
todo otro. De letras antiguas la memoria se hace la realidad del “pueblo del
libro”.
La memoria es representada como
mandamiento ético y reflejo de una huella del infinito. A esta dimensión ética
de la memoria, Lévinas también la llama “memoria de manumisión”, en referencia
a la experiencia del Éxodo:
Aquí tenemos una dimensión de lo
memorable como si ésta fuera la espiritualidad —o la respiración— de la
conciencia, la cual, en realidad, en su contenido de presencia, es memoria de
manumisión. El judío es libre: su memoria es inmediatamente compasión por todos
los esclavos o todos los miserables de la tierra, y con un instinto especial
por aquella miseria que los propios miserables son propensos a olvidar.
Como concepto que designa al proceso
de liberación de un esclavo, manumisión asume una fuerza ética que es traducida
como compasión hacia el otro, en particular en su miseria, en su fragilidad y
vulnerabilidad, aquí como una responsabilidad, como compromiso ético hacia el
prójimo que me interpela en su rostro miserable, en su precariedad y desnudez.
Manumisión como el alma del judío vivida en su propia experiencia histórica,
ahora como disposición humana hacia el huérfano, el pobre, la viuda y el
extranjero (Bonarpé, 1994).
La espiritualidad del pueblo judío
contrasta con la tradición griega (Platón) en la siguiente
cita: “Qué la relación con lo divino atraviesa la
relación con los hombres y coincide con la justicia
social, tal es el espíritu de la Biblia judía.
Moisés y los profetas no se preocupan por la inmortalidad del alma, sino por el
pobre, la viuda, el huérfano y el extranjero. La relación con el hombre donde
tiene lugar el contacto con lo divino no es una suerte de amistad espiritual,
sino aquélla que se manifiesta, se experimenta y se realiza en una economía
judía, de cuya carga cada hombre es plenamente responsable” (Levinas, 2002,
p.108).
La relación ética aparecerá en el
judaísmo como relación excepcional: en ella, el contacto con un ser exterior,
en lugar de comprometer la soberanía humana, la instituye y la inviste.
El éxodo, la liturgia y los rituales
son memoria. La memoria también es un elemento vital en la liturgia, donde el
pasado del Éxodo y la ley forman el corazón de la oración matutina judía. La
memoria ya como oración, como oración al despertar, el despertar como oración:
“El recuerdo del Éxodo, la memoria que es tan importante para la religiosidad
judía, no es la expresión de sólo una declaración entre otras. Esta tiene un
contexto en la liturgia en la cual gestos y pensamientos contenidos en esta
memoria son presentados juntos de forma concreta” (Bonarpé, 1994).
En la liturgia, y a través de su
detallada coreografía ritual, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento, dice
Lévinas, es transportadora de aquella memoria, la cual le infunde su aliento.
En la liturgia judía se ve el privilegio de la memoria, aquí como rememoración,
es decir, como ese pasado que atraviesa el presente y le otorga constantemente
su sustento y orden. Para Levinas, “toda innovación debe derivar o provenir
desde formas antiguas” (Lévinas, 1988, p.94).
Para Levinas, la memoria del pueblo
judío “mira” siempre hacia el futuro en una apertura hacia un “porvenir”, hacia
la llegada del Mesías. Dice nuevamente Lévinas: “Los israelitas, en su
esclavitud egipcia, tocan las profundidades de la condición humana. Su liberación
anticipa la salvación de la humanidad misma (Levinas, 1988).
El judaísmo, aquí, se presenta como
categoría o modelo de lo humano, modelo de las profundidades de la condición
humana, donde la experiencia del judaísmo, como vista a través de su memoria,
ya no se encuentra limitada o circunscrita a una entidad étnica o un
particularismo propio de un pueblo; más bien, la memoria de Israel le permite
“abrir” el potencial de significación propio de la memoria, aquí memoria de lo
humano, significaciones que sugieren perspectivas universales, o en palabras
del propio Lévinas, “una historia sobrepasando la memoria y, en este sentido,
inimaginable. Una historia, como en una novela completa que, sin embargo, no ha
sucedido a ninguna nación particular”. Libertad más libre y más humana, más
milagrosa que el propio éxodo, o quizás más atormentada (Lévinas, 1988).
La renovación del concepto de memoria
a la cual nos invita Bonarpé fundamentado en Levinas es entendida desde una
experiencia del tiempo en sus tradiciones como rememoración, donde el pasado
tiene resonancias directas en nuestro presente, pero además se torna
constitutivo de la subjetividad humana, más allá de una memoria y su sola cara
hacia el recuerdo de un pasado caduco, relegado al olvido. Esta renovación surge
de una forma de leer, de una exégesis (aquí talmúdica), exégesis paciente y
abierta, lectura de hospitalidad frente a la llegada del texto que, en su doble
movimiento, se funda en una rica tradición, pero que, al mismo tiempo, se
renueva constantemente abriéndose a nuevos caminos de significación y
pensamiento. La memoria “carga” en su interior la dimensión del futuro, este
como apertura al porvenir, a lo inesperado, a la irrupción de lo mesiánico como
desestabilización de lo contemporáneo, pero más aún, como el advenimiento de lo
nuevo que afecta al presente y que se vive como una “espera”, paciente y
sufrida, pero también como esperanza (Bonarpé, 1994).
Así, la memoria judía más allá del
éxodo es memoria de lo humano como un modelo de lo humano que nos permite
pensar en una memoria universal, atravesando aquella salida de Egipto y
alcanzándonos en la noche más negra de Occidente, en la experiencia de la Shoah
para proyectarnos en esperanza hoy hacia un futuro mesiánico. Éste no es
utópico, es la posibilidad de un nuevo orden que, desde lo individual a lo
colectivo, desde sus estructuras, pudiera funcionar en la congruencia ética
dentro-fuera de la justicia social. Y aquí estamos hoy con este legado
levinasiano con intenciones de tejer fino y abrir la posibilidad de que
estructuras de este tipo se materialicen. Vamos a reflexionarnos desde nuestra
crisis actual bajo el lente levinasiano.
Es importante puntualizar que existen
dos aristas aquí, la lectura levinaseana de lo inactual de la existencia
humana, del yo, es fundamental en la lectura del rostro al cual debemos
apresurarnos a asistir sin saber sus cualidades ni siquiera el color de sus
ojos para no encasillarlo y poder así penetrar su mirada que abre infinitos. En
cambio, el yo, está en presencia desde su memoria histórica e identidad, pero
para atender al otro. El yo está en el aquí y en el ahora para entregarse al
otro en responsabilidad.
Creo
que Levinas lo dice sin decirlo pues todo se ha centrado en el yo y era
importante salirse de ese centro para pasarlo al otro. Así, tener pertenencia y
saber dónde estás parado importa sólo en función del otro. Se trata de un yo
consciente y no disperso con un objetivo claro y responsable de vida volcada
hacia el servicio al otro y a Dios a través del otro.
Soy inactual, tu rostro se desvanece en el instante en el
que busco atraparlo.
Construyo memoria en el rostro del otro,
me construyo memoria para el otro.
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