Un amanecer despertaba a Alejandra que viajaba entre lunas y añoraba los comienzos efímeros de la existencia. Sus sueños la ayudaban a viajar a pueblos insospechados y exponerse a sus secretos y saberes. Esperaba despuntar la mañana para correr a la biblioteca de su universidad. Amaba adentrarse en sus libros y aprenderlo todo, aprehenderlo todo. Ante las crisis de Luis, prefería la estabilidad de sus libros. Pero cuando Luis la amaba, Alejandra comprendía la irremediable distancia entre sus libros y el amor temperamental y pendular de Luis. En realidad, Alejandra sabía más, la vida le enseñó que ella necesitaba esos péndulos existenciales para inventarse su propia estabilidad y al mismo tiempo, vivir con gran intensidad. Le gustaba dialogar entre tiempos vacíos y tiempos plenos y tratar de hilvanarlos con gran amor y paciencia. Visitaba así, de manera intermitente las ventanas cósmicas que prometían salvar sus días de vida en esta dimensión. Alejandra se armaba de valor al exponerse a las ausencias de Luis. Filosofaba entre lunas y rescataba la fuerza de su poder en un tejido de lluvia que acariciaba sus días en la tierra sin esperar recompensa.
Alejandra dialogaba entre péndulos
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