Jessica acostumbraba caminar por las mañanas en el bosque. Sólo por eso se fue a un pueblo a vivir. Ya no necesitaba nada más. El resto lo acomodaba como fuera. Era caótico, y a menudo ni su taza de té matutino la preparaba para lo extremo de sus días inciertos. En cambio en su bosque, el tiempo transcurría como un río tranquilo, fluía y la rescataba. Su ser regresaba a su verdadera naturaleza y la angustia terminaba. Es verdad que avanzaba en años y no resolvía el núcleo de sus angustias. Ni su gato dorado por el sol de verano conseguía acariciar sus vacíos. Su rompecabezas existencial no se resolvía y sólo pegaba parches efímeros en su andar por el mundo. Y la verdad es que andaba bastante rota. Ya eran demasiadas pérdidas acumuladas y sus signos del alma estaban de cabeza. El cotidiano de rutina la ayudaba mucho a mantener la fe. El día se repetiría de la misma manera en cuanto a su esqueleto básico. Pero fuera del básico todavía quedaba mucho sin explicación, demasiado, en especial, la sensación de la falta de equilibrio, del vacío sin remedio. Quizá debía volver a la ciudad por un tiempo y resolver más. Extraño era pensar que a pesar del caos citadino, era posible que la ciudad le trajera nuevas soluciones existenciales. Entonces encontró a Roberto caminando por el bosque y no tuvo más deseos de ir a ninguna parte. Se enamoró al intercambiar las primeras palabras, sabiendo que, a diferencia de su ex, Roberto no se interesaba en su dinero, en ningún dinero y estarían bien juntos. Sólo quería estar con él, platicar con él una eternidad para resolver su existencia bajo su ala protectora, su alegría para enfrentar la vida y seguir ahora juntos, buscando nuevos acomodos sin necesidad de moverse a ninguna parte. Vivir para conversas y resolver en amor y libertad.
Conversar juntos en el bosque y resolver la vida
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