Irma sospechaba que esa madrugada algo extraño le traía. Todos los estudios y pruebas rechazaban algún mal y sin embargo, el desmayo fue evidente. No le pasó nada y cayó de manera tan graciosa que provocó la risa espontánea de su marido Edgar quien se alistaba para salir de viaje de negocios. Su silueta aún juvenil la llenaba de pretendientes pero la realidad era que se sentía muy desanimada en los últimos tiempos. Parecía que no tenía la misma vitalidad aunque sus signos vitales estaban bien y tomaba sus medicinas puntualmente. Habían tiempos para todo y ahora su hija Sofía ya era alérgica al camarón. En cambio, sus nietos de campamento, empezando a descubrir la vida en la tierra. Irma ya no esperaba tener un semblante iluminado de manera natural, libre de las asperezas de la edad, pero al menos quería poder invocarlo a cada mañana con sus plegarias y permanecer libre de achaques hasta alcanzar un dulce final. ¿Cómo sería su final? Nunca lo había pensado. Prefería pensar sus principios pero quizás era buena idea visualizar su final feliz. Aunque por ahora estaba concentrada en recuperar su vitalidad. Haber hecho de todo en su vida no ayudaba en estos momentos pues nada la entusiasmaba. Ensimismada recibió la llamada de Edgar que inyectaría nuevos bríos a su existencia. Le dio la sorpresa de las semillas que le había comprado para iniciar su huerto por tanto tiempo soñado. Recuperó las ganas de vivir con su llamada. Estaba muy sorprendida de notar el impulso que sentía. No conocía un sentimiento similar y parecía como si su huerto equilibraba su ser y arreglaría los desequilibrios de la humanidad. Entonces, su rostro milagrosamente se iluminó de manera natural. Crecieron jardines en su pecho y visualizó sin miedos su final feliz rodeada de la vitalidad de sus plantas.
Irma encontró sus verdaderos colores en su huerto
No hay comentarios:
Publicar un comentario