Cynthia quería descubrirse en nuevos saberes, nuevos sabores. Amaba sus tareas de vida pero intuía experiencias distintas. Quizá era el cansancio, la unanimidad anti moderna. Los primeros poetas y escritores modernos rompieron con lo anterior pero ya estamos estacionados en lo mismo, pensaba. Cynthia no era poeta ni escritora, pero se leía con los ojos de las palabras de la poesía y las historias de todo género. Le gustaba quedarse en las palabras y tejer su vida alrededor de ellas. Acompañada por sus alegorías, recorría sus tiempos de vida. Todo lo demás declinaba y pasaba. Ella en cambio se quedaba entre las páginas de sus libros. Era lo permanente. Lo moderno fue una escritura del yo, pero Cynthia se había cansado de esos yoes y aspiraba más bien a un otro posmoderno de carne y hueso. La primavera abrió los cafés en las calles y Cynthia salió a estrenarlos. Estaba decidida a romper patrones. Se buscaba en nuevos espejos. También quería la elevación del nivel moral de la humanidad, es verdad. Soñaba con cambiar al planeta, con alegrar a todo otro, compartir palabras y miradas, risas y complicidad. Ciertas oscuridades persistían y era necesario ir más allá del hombre para regresar a él desde la conciencia y el amor. Es quizás atreverse a ir más allá incluso de la posmodernidad. Pensaba en estas ideas y las acariciaba al tiempo que daba una probada a su café caliente. Al tiempo que, llegó Jorge a su cita nunca acordada, siempre dispuesta. Ahí se encontraban en un tiempo sin tiempo todos los amigos para verse dentro y repensarse. Se encontraban los mismos, pero Cynthia ya era otra, dispuesta a no olvidar a nadie y a contar a todos para escapar juntos a la justicia fundamental y entrar al arca antes del diluvio, unidos. Juntos pasarían la tormenta, ahora lo sabía, y podrían construir el mundo nuevo que los esperaba.
Después de la tormenta, construir un mundo nuevo juntos sin olvidar a nadie
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