Grace Nehmad

martes, 22 de febrero de 2022

Sueño y vigilia a nuestro favor

 El sueño es la actividad que ocupa la tercera parte de la vida del ser humano y plantea, a pesar de los numerosos avances científicos de las últimas décadas, importantes interrogantes que aclarar.

El número de personas que presenta alteraciones del sueño, ya sea en su patrón o en su calidad, es muy alto en la sociedad actual, donde los avances tecnológicos constituyen un factor muy importante en disminuir las horas dormidas. Se puede afirmar que la calidad de vida del ser humano es, en gran medida, dependiente de la relación directa entre la calidad del sueño y el número de horas que se duerme. Este creciente conocimiento de las implicaciones del sueño normal sobre la salud física y mental de la persona, ha provocado que sea un tema de continuo interés e investigación, que permite investigar múltiples disciplinas relacionadas con el dormir.

El interés científico y médico por el sueño y sus trastornos es muy reciente. Sin embargo, desde la antigüedad, científicos, filósofos, escritores y eruditos religiosos de diversas culturas se han planteado al menos dos preguntas: qué es el sueño y por qué dormimos, interrogantes que aún no tienen una respuesta completamente satisfactoria.

El sueño es un estado fisiológico, activo y rítmico, que aparece cada 24 horas, alternándose con otro estado que es la vigilia. Tiene una estructura y características propias, que han permitido identificar los patrones normales y anormales de sueño en el ser humano. Su evolución a lo largo de la vida experimenta variaciones significativas, especialmente en la sociedad actual.

Para una buena comprensión de la compleja interacción entre el sueño y algunas enfermedades neurológicas debe considerarse su arquitectura, diferencias por grupo etario, género y la fisiología del dormir.

De los estudios epidemiológicos actuales y la experiencia clínica se desprende que los pacientes con quejas relacionadas con el sueño y sus trastornos son numerosos. Además, la repercusión de dichos trastornos sobre la salud pública y la sociedad moderna hace que los médicos y otros profesionales de la salud se preocupen cada vez más de contribuir a la solución de esos problemas.


El sueño sufre modificaciones en función del desarrollo y madurez del niño, teniendo características propias que lo diferencian del sueño del adulto y del anciano.

La edad es un factor decisivo para la cantidad de horas de sueño. El recién nacido duerme entre 14 y 18 horas, el lactante entre 12 y 14 horas, el niño en etapa escolar entre 11 y 12 horas y en la edad adulta, la mayoría duerme entre 7 y 8 horas por noche. En otras palabras, es fisiológico que el número de horas dormidas vaya disminuyendo progresivamente a lo largo de la vida, pudiendo existir una diferencia de hasta 16 horas como promedio entre la niñez y la edad adulta. En los ancianos, el número de horas de diferencia entre las horas de sueño propias v/s las horas de sueño de la niñez, es aún mayor.

Es bien conocido y aceptado que lo ideal es dormir entre 7-8 horas por noche para mantener una buena salud y bienestar, sin embargo, existe la evidencia práctica de que cada individuo debe satisfacer su “cuota de sueño” para sentirse bien. Se describen así personas con un patrón de “sueño corto”, que necesitan pocas horas de descanso nocturno, con una media de 5 horas; otros sujetos con “patrón largo”, que duermen más de 9 horas por noche; y los que tienen un “patrón intermedio”, que constituyen la mayoría de los individuos, los que duermen entre 7 y 8 horas.

Los estudios sobre la cantidad de horas del sueño en individuos sanos y su repercusión en salud, son aún escasos. Algunos estudios longitudinales y transversales sugieren que las personas con un patrón largo y corto de sueño, tienen un mayor riesgo de deterioro en su salud; los que duermen entre 7 y 8 horas gozarían de una mejor salud física y psíquica 


En cuanto a los sueños lúcidos encontré un comentario que me atrajo de alguien que se interesó en estudiarlos:


“Mi propia práctica se ha desarrollado a partir de una triste realidad inmediata, durante una pandemia que ya va en su segundo año. Sentía que mi vida estaba atorada, estaba desesperada por cierto control. Mi abuelo sufre una enfermedad terminal, así que varias noches a la semana duermo en su sofá para estar cerca y poder cuidarlo. Llevo un diario de mis sueños en las noches que paso ahí y practico la verificación de la realidad.

Por lo regular, dormir en un lugar extraño favorece sueños más vívidos y la interrupción del sueño puede ser buena para la lucidez, según Dresler. Pero incluso en esas noches difíciles, incluso en este mísero sofá de los años setenta, solo logro la lucidez una vez, y de manera fugaz. Sueño que estoy sentada con mi abuelo en su mesa preferida de su lugar preferido para almorzar, sin cubrebocas y sanos. Entonces, sonríe, y aunque sé que estoy soñando y que ese momento perfecto debe ser imposible, también le sonrío”.


Pienso que así como cambian el número de horas de sueño, cambian el tipo de sueños y su relevancia en nuestras vidas. A menudo, como comprendemos poco de ellos, les dejamos de prestar atención.  Las mujeres embarazadas o con recién nacidos recuerdan más sus sueños por romper patrones de sueño o como vimos aquí por dormir en lugares incómodos. Por otra parte, en la modernidad, nuestra vigilia se vuelve muy demandante y nos olvidamos de ellos, pero son parte central de nuestra existencia simplemente por el número de horas que pasamos dormidos. Deberíamos de prestarles atención y dirigir un método de estudio hacia ellos, de interpretación personal. Integrar sueño y vigilia al servicio del otro me parece una hermosa aspiración. Sueños dormidos y despiertos, interpretación de ellos y de la propia vida, reinterpretación positiva y con dirección más clara hacia el otro. Tomarle lo bueno a los niños y continuarlo. Leernos diferente, en apertura. No estancarnos en etiquetas rígidas de vida. Tender hacia la libertad y contagiarla.


Aprecio mi magia para soñar y decirme otra al servicio divino

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