Lilia gustaba de tejer mirando al infinito a través de su ventana, tejía colchas de colores y tejía su vida en los estambres de colores entre guerras y alegrías. Tejía el calor y el color, refugio existencial. Escondía así su camisón floreado y su vergüenza, sus partes privadas y su inocencia. Le daba pena su intensidad que quería recortar con grandes tijeras para borrar sus rastros en la tierra y mejor tejía y tejía y se calmaba y calmaba las heridas y atrocidades de la humanidad. A veces usaba casi hilos para tejer el verano y danzar con Mauro en casi sábanas doradas que en su sombra acogieran su amor y esperanza. Sus anhelos de libertad pendulaban entre la vida espontánea y natural y el compromiso y responsabilidad de contener el futuro, proyecto de cobijas sin parches, desde la unión y el equilibrio, rompecabezas del mañana. Pero faltaban piezas en sus cobijas, sus estambres y colores no alcanzaban para proteger la vida que persistía suspendida entre cobijas sin verdadero cobijo. Nada lograba esconderse verdaderamente ni hacer desaparecer los dramas de la vida. Nada lograba cuidar y reparar eternamente. La cobija eterna no llegaba a sus tejidos y mientras tanto, Lilia penetraba en su propio infinito en firmes tejidos alegres para acompañar las dualidades existenciales y ayudarla a mejorar su estancia temporal y la de Mauro, de todo otro en el planeta.
Lilia tejía su infinito en amor
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