Nora trataba de ver nuevos amaneceres desde su misma ventana. Heredaba las mismas montañas que vieron sus padres en su pequeño pueblo y quería ver diferente. Desde su lugar nada cambiaba, no tenía aspiraciones. Todos en los mismos recorridos. Nora se aburría. Entonces descubrió su gusto por la lectura y logró viajar sin necesidad de alejarse del calor de sus seres queridos. Nora descubrió las mieles de sus intereses de desarrollo interior que la llevaban a competir consigo misma y establecer nuevos retos de lectura para descubrir historias y maneras de contarlas que la cautivaban. Después descubrió que releer historias que le gustaban también le fascinaba. Lo mismo era otro en distintos puntos de su vida. Pero llegó Ana a su pueblo y lo sacudió todo. Nora quiso los aires mágicos que destilaban sus ropas y sus labios pintados. Se cansó de sus libros y prefirió platicar con Ana y soñar con viajar juntas al terminar sus estudios. Ana se sentía atraída por la simpleza alegre y humilde de Nora. Ana y Nora se encontraron en el espejo de la otra y ningún libro podría sentir sus platicas interminables pero sí multiplicarlas. Ana incitó a Nora a escribirlas para compartir su felicidad y eternizarla. Juntas equilibraron su desarrollo interior y exterior compartiendo sus historias y viajando dentro y fuera, en equilibrio, creciendo juntas en su pequeño pueblo y viajando físicamente y a través de los libros nuevos y viejos y escribiéndose y reinventándose desde la unión.
Ana y Nora desde su pequeño pueblo al mundo, dentro-fuera
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