El derecho de autor qué quiere decir, verdad y real, se vuelve producto de consumo y no es ya verdad. Al difundir las ideas se pierde una parte de su verdad, de su elevación espiritual. Es triste que la espiritualidad se pierda en el aterrizaje. No sabemos difundir las esencias que se vuelven productos de consumo y no lo que motivó su creación. Debemos revisar las intenciones y las peleas que después entrampan nuestros fines iniciales loables. Después se discuten calidades y no logramos evaluar las obras de arte. Los colores y calidades se vuelven impalpables. Jankélévitch se debatía en el yo no sé qué que hace la diferencia entre las grandes obras y las que no lo son. Pero necesitamos criterios para entender y confrontar criterios y el por qué se sobrepasan las obras anteriores. Más allá del trabajo infinito hay un pequeño toque que termina la pintura y es un no sé qué que se agrega al resto. El autor debe hacer un trabajo constante para lograr ese detalle que hará dar un gran brinco a su obra y a la par es importante que en la transmisión de ese tipo de obras que empujan nuestro desarrollo humano, no nos perdamos y consigamos transmitir esencias y no productos de consumo sin su impulso de evolución para el cual fueron inicialmente creados. Tratemos pues de explicar lo inexplicable y aterricemos para el bien de todo otro sin perdernos en el intento.
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