Levinas interpreta al mundo como horizonte a partir del cual se presentan las cosas, utensilios como elementos que atraen una existencia que sospecha de su ser en una interioridad que da lugar a la espera. En este marco, el mundo es posesión. Se da una variación de la propiedad, nos dice Levinas. Se alcanza una cosa como un milagro. El otro cuestiona mi contemplación y me lleva a extender la mano y a actuar. La espera sobrepasa la inseguridad de la vida. La ambigüedad del cuerpo es la conciencia. El mundo es utilizado por la vida a través del trabajo y se interpreta como juego de fuerzas anónimas. El cuerpo es un ser separado y en el horizonte toma los elementos y trabaja, es espera insegura que da sus primeros pasos hacia lo otro. En este juego entre la acción y la espera, se teje el horizonte de posibilidades en el mundo. Salimos hacia el otro y lo ayudamos en su camino aproximando nuestros mundos, tejemos puentes y damos. El otro paraliza mi deseo de posesión y hace posible la espera. Puedo elevarme y no cometer el asesinato y esperar. En mi casa acojo al otro y le abro mi casa. Le llama Levinas, lenguaje de altura. Se abre el infinito en el rostro del otro que es maestro. Esta voz que viene de la otra orilla es la trascendencia misma, nos dice Levinas. Esta enseñanza que nos da el otro no es dominación, es la presencia misma del infinito que hace saltar el círculo mismo de la totalidad y nos aproxima a la era mesiánica.
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