Cuento de Paola

 Paola se veía en el espejo y descubría sus rostros, unos eran conocidos, otros la sorprendían y no comprendía su origen pero los integraba al corazón de su ser paso a paso. Los que de plano no le gustaban nada los dejaba descansar y no trataba de ser amigable con ellos. Quizá pensaba que desplazando su imagen los resolvía. La verdad es que ello no los componía y su rechazo a ellos se incrementaba. Era un extraño sentimiento de desplazamiento fraternal no resuelto. Su lugar privilegiado en el espejo se perdía y Paola no conseguía sonreírles a ese tipo de rostros desconocidos. Los veía como enemigos. El conflicto originario se desataba y no lograba reparar nada, las rivalidades en sus rostros se extremaban. Las pulsiones negativas se despertaban dentro y Paola escogía ir a dar un largo paseo para tratar de resolverse. Paola reflexionaba sobre esas imágenes y la posibilidad de encontrar otros caminos de integración. La reconciliación era el camino. En movimiento sus problemas se aclaraban, aprendía a verse dentro y a aceptarse. Buscaba nuevos nombres para esos rostros, nombrarlos y curarlos, reparar rivalidades en el mundo interior. Preparaba ya más tranquila, el lugar para un nuevo rostro. La esperanza era desplazar sus sentimientos negativos y resolverlos, abandonaba la idea limitada de ser el centro de todo rostro, aprendía a compartir. Elaboraba y cuestionaba esos nuevos rostros que se volvían tolerables y después, hasta interesantes. Paola quería entonces descubrir sus rostros en el espejo y sonreírles a todos. Se recargaba en sus estudios bíblicos para aceptarlos y resolver sus conflictos desde el origen. Se sentía libre y dispuesta a contemplarse sin miedo, íntimamente, para seguir su camino en una verdadera integración, que sabía resolvería a la vez todas sus relaciones exteriores y sus vínculos dentro y fuera, lejos de toda obsesión o rechazo.

Paola lograba integrar todos sus rostros en el espejo desde el origen