El mundo silencioso sería anarquía, nos dice Levinas. Al límite del sinsentido, su presencia a la conciencia es en la espera de la palabra que no llega. La palabra aparece en el seno de la relación con el otro como signo que el otro libera aún si disimula su rostro. Un mundo demasiado silente no puede ofrecerse a ningún espectáculo. El conocimiento abre sentidos y accede a lo mundano, se abre el horizonte donde aparecerá el objeto.
La significación práctica es quizá el dominio original del sentido. La presencia de un objeto es un éxtasis que materializa.El discurso entretiene al mundo y lo propone. La objetividad del objeto y su significación vienen del lenguaje. El mundo expresa y tiene un sentido. La pregunta depende de a quién se hace. La proposición es un signo que se interpreta y lleva su propia llave. La llave está precisamente en el otro. El otro socorre a su discurso en un carácter de enseñanza en toda palabra. El significado está en el excedente absoluto del otro en relación con el otro que lo desea. El significado de los otros se manifiesta en el lenguaje. La palabra explica sobre la palabra. Es enseñanza. La palabra libera un encantamiento y concreta, materializa. Es revelación en el rostro del otro. Todo simbolismo se refiere ya al lenguaje. La palabra es tema y vínculo, al contrario del mundo silencioso. La palabra define. Trae el fenómeno al infinito del otro que mi pensamiento no contiene y así lo amorfo se pule de sus excesos, de su confusión. En el intercambio se pule el sentido y se logra la representación que el rostro del otro propone. Me encanta pensar en la palabra como vínculo y maestro, en la palabra creativa que puede materializar las mundos mejores que soñamos reflejados en el rostro del otro, a su servicio.
Con nuestro vínculo creamos mundos y flores
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