Sara era muy intensa y le gustaba aprender de la diversidad pero a veces dudaba de su juventud en el corazón al entrar en su etapa de vida madura y no estar dispuesta a aceptar dualidades extremas, al no poder abrirse a los gustos de los demás, al no poder abrirse más en tiempos y actividades. Sus nuevos amaneceres prometían otras reuniones y encuentros pero la finitud de la vida le preocupaba y la esperanza de lograr adentrarse en la diversidad como lo había soñado siempre se desvanecía. Quería en especial conocer profundamente a Bruno, su nueva pareja, pero en el fondo no lo quería, prefería abandonar toda idea de ver la existencia con sus lentes, preferiría estar con sus amistades de la infancia y abandonar la idea de Bruno. Si quería diversidad no comprendía la imposibilidad de sacrificar sus tiempos y placeres, lo conocido, sus conocidos para darse a Bruno, a los otros rostros que quisieran aproximar su vida. Quería conexiones intensas en lo que le quedaba de vida, pero dudaba si ello era más bien posible sólo con los antiguos rostros o más bien con los nuevos. Quizá la diversidad era alcanzable en ambas direcciones, con la pareja, la misma y con los nuevos rostros y el reto era para Sara el de abrirse y revelar su verdadera identidad en lo viejo y en lo nuevo, aceptando esta existencia dual y fragmentada y no desear su completud, más bien su plenitud a casa paso.
Sara se buscaba en otros rostros y en los mismos, en diversidad y unión, en intensa conexión
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