De acuerdo con los cuatro niveles de
representación que definió Salanskis, que mencioné en mi texto de anteayer ( y
son, trazo como presentación, el dos es como reflejo o elaboración de una etapa
previa, el tres es mímesis o parecido y el cuatro es el trazo mediado por el
afecto personal), el autor en sus cuatro puntos de trazo o representación rechaza
al arte según los postulados Levinasianos al comprenderlo como no terrenal, no lleva a la acción. Sería comprenderlo como una sensibilidad suspendida y desvinculada del presente.
Bajo dichos términos es verdad que no hay representación ni sensibilidad ni
humanización en el arte, pero bajo los términos que yo he ido descubriendo en
una reinterpretación de Levinas es otra cosa. Si el arte es una herramienta de
acercamiento sensible y no suspendido y sin destino, ayuda en nuestro proceso
de humanización y de acercamiento a todo otro, a nuestra concientización. Es
verdad que, si se interpreta como lo más elevado y de esta manera se vuelve
inalcanzable, se suspende en la nada y se deshumaniza, no funciona. Levinas nos
despierta para hacernos conscientes de las posibles trampas en esta elevación
del arte desvinculada del otro y deshumanizada en este sentido. El arte en cambio
es nuestra representación si se usa como herramienta de unión y aproximación a
todo otro y a Dios. Se desvirtúa cuando se vuelve idolatría y sería como señala
Levinas, como en la perspectiva bíblica, una deshumanización. Ahí entraría el
arte mercantil, también el asombro sin vínculos reales al presente, el
espejismo y la sobrevaloración que desvinculan del otro y de Dios. Me parece
que es muy importante aclarar estas diferentes maneras de aproximarse al arte que
son herramientas de doble filo y quizás entre más se les ha elevado, el riesgo
de perderse es mayor. En conciencia el arte es una gran herramienta espiritual de
vinculación y humanización.
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