En Dios que nos viene a la idea nos dice Levinas que dejarse ir más allá de la conciencia y entrar
en lo divino es trascender, es presencia que pasa de la intencionalidad
Husserliana a la representación, es identidad que se identifica y deja de ser, es
regresar a un estado mudo de desaparición. Se desvanecen las reglas racionales
de la lógica en ese lugar y el saber deviene otro. Aquí, la conciencia fija al
ser, es referencia universal. Se trata de una conciencia pre-reflexiva. El ser
es sólo una modalidad de la percepción.
Esta idea la
llama Descartes la idea del infinito en nosotros nos dice Levinas y lejos de llevarnos
a la soledad, nos empuja al otro que no podemos encasillar es un insomnio
originario y un despertar al otro. Es una proximidad que me resulta mejor que
cualquier simbiosis. Esta trascendencia me lleva a Dios y al otro. Dice Kierkegaard,
si tengo fe es que no tengo certeza inmediata. El hombre, nos dice Levinas,
triunfa al vivir su vida sufriente, triunfa en su aflicción. La respuesta va
más lejos que la pregunta. En la hermenéutica de lo religioso, la palabra Dios
cobra sentido en los pensamientos desequilibrantes y la filosofía aporta su
sabiduría para ordenarlos. Me parece fascinante este permiso de dejarnos ir más
allá para descubrir y en especial a través del otro, pero con la herramienta de
la filosofía con nosotros, con un método. No se trata de dejarnos desequilibrar
por nada, es más bien aceptar los desequilibrios existenciales con la idea de
llegar a un nuevo orden a través del otro. Inspirador. Me parece que no se
trata de empujarse a estados alterados de la conciencia como muchos buscan para
salirse de su aburrimiento, es más bien estar aquí para el otro en todo momento
y si hay un estado de trascendencia en nosotros, que como humanos, los
tendremos, enfocarlo hacia el otro y buscar ordenarlo para el otro. Suena a una
escalera espiritual en ascensión.
Reglas en la filosofía o en la Torá para llegar al otro en la trascendencia y elevarnos juntos
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