Perashá Bejukotai
Resumen de la Parashá de jabad
Levítico 26:3-27:34
En la sección Bejukotái Di-s promete que si los Hijos de Israel observarán sus mandatos, disfrutarán de prosperidad material y vivirán seguros en su tierra. Pero también da una dura “reprimenda” advirtiendo sobre el exilio, la persecución y otros sufrimientos que les ocurrirán su abandonan su pacto con Di-s.
Sin embargo, “Aun entonces, cuando están en la tierra de sus enemigos, no los aborreceré ni los despreciaré como para destruirlos y anular Mi pacto con ellos; pues Yo soy el Señor, su Di-s”.
La parashá concluye con las reglas de cómo se calculan los valores de los diferentes tipos de promesas económicas hechas a Di-s.
Nos dice Rab Sacks:
Hay un aspecto del cristianismo que los judíos, si somos honestos, deben rechazar, y que los cristianos, especialmente el Papa Juan XXIII, también han comenzado a rechazar. Es el concepto mismo de rechazo, la idea de que el cristianismo representa el rechazo de Dios al pueblo judío, el “viejo Israel”. Esto se conoce técnicamente como Teología de Superación o Reemplazo, y está consagrado en frases como el nombre cristiano de la Biblia hebrea, “El Antiguo Testamento”. El Antiguo Testamento significa el testamento - o pacto - que alguna vez estuvo en vigor pero ya no. Desde este punto de vista, Dios ya no quiere que le sirvamos a la manera judía, a través de los 613 mandamientos, sino de una manera nueva, a través de un Nuevo Testamento. Su antiguo pueblo escogido eran los descendientes físicos de Abraham. Su nuevo pueblo elegido son los descendientes espirituales de Abraham, es decir, no judíos sino cristianos. Los resultados de esta doctrina fueron devastadores. Fueron narradas después del Holocausto por el historiador francés y sobreviviente del Holocausto Jules Isaac. Más recientemente, han aparecido en obras como Faith and Fratricide de Rosemary Ruether y Constantine's Sword de James Carroll. Condujeron a siglos de persecución y a que los judíos fueran tratados como un pueblo paria. La lectura de la obra de Julio Isaac provocó una profunda metanoia o cambio de opinión por parte del Papa Juan XXIII y, en última instancia, condujo al Concilio Vaticano Segundo (1962-65) y a la declaración Nostra Aetate, que transformó las relaciones entre la Iglesia católica y los judíos. No quiero explorar aquí las trágicas consecuencias de esta creencia, sino más bien su insostenibilidad a la luz de las propias fuentes. Para nuestra sorpresa, la declaración clave ocurre en quizás el pasaje más oscuro de toda la Torá: las maldiciones de Bejukotai. Aquí, en los términos más crudos posibles, Moisés expone las consecuencias de las decisiones que nosotros, Israel, tomamos. Si nos mantenemos fieles a Dios seremos bendecidos. Pero si somos infieles, los resultados serán derrota, devastación, destrucción y desesperación. La retórica es implacable, la advertencia inconfundible, la visión aterradora. Sin embargo, al final aparecen estas líneas absolutamente inesperadas:
Y con todo esto, cuando estén en la tierra de sus enemigos, no los desecharé ni los aborreceré, para destruirlos por completo, y para romper mi pacto con ellos; porque yo soy el Señor su Dios. Pero por amor de ellos me acordaré del pacto de sus padres, a quienes saqué de la tierra de Egipto ante los ojos de las naciones, para ser su Dios: Yo soy el Señor. Lev. 26:44-45 El pueblo puede ser infiel a Dios, pero Dios nunca será infiel al pueblo. Puede que los castigue pero no los abandonará. Puede que los juzgue con dureza, pero no olvidará a sus antepasados que lo siguieron, ni romperá el pacto que hizo con ellos. Dios no rompe sus promesas, incluso si nosotros rompemos las nuestras. Un tema central de la Torá, y del Tanaj en su conjunto, es el rechazo del rechazo. Dios rechaza a la humanidad, salvando sólo a Noé, cuando ve el mundo lleno de violencia. Sin embargo, después del Diluvio Él promete: “Nunca más maldeciré la tierra a causa de los humanos, aunque toda inclinación del corazón humano sea mala desde la niñez. Y nunca más destruiré a todos los seres vivientes, como lo he hecho” (Génesis 8:21). Ése es el primer rechazo del rechazo. Por lo tanto, la afirmación en la que se basa la teología del Reemplazo o Superación –que Dios rechaza a Su pueblo porque ellos lo rechazaron– es impensable en términos del monoteísmo abrahámico. Dios cumple su palabra incluso si otros rompen la suya. Dios no abandona ni abandonará a su pueblo. El pacto con Abraham, al que se dio contenido en el monte Sinaí y se renovó en cada coyuntura crítica de la historia de Israel desde entonces, sigue vigente, sin disminución, sin reservas, inquebrantable. El Antiguo Testamento no es viejo. El pacto de Dios con el pueblo judío sigue vivo, sigue siendo fuerte. El reconocimiento de este hecho ha transformado la relación entre cristianos y judíos y ha ayudado a enjugar muchos siglos de lágrimas.
Me parece central cuanto señala Sacks para profundizar en nuestra comprensión de la Torá y su práctica. Aquí nos sentimos apoyados por Hashem de manera incondicional y aprendemos a ser a imagen y semejanza con todo otro yen todo momento alejando esos siglos de lágrimas para recibir en apertura y unión la era mesiánica.
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