Hay días que me levanto
con ánimos renovados,
bailo, juego y me disfrazo
de luz eterna.
Otros, bancarrota, el abismo,
no me rescatan mis colores,
ni quiero verlos.
De todas maneras debo
cumplir con mis tareas
del día. En el primer
caso fluyen sin miedo,
en el segundo, nada
las impulsa.
Quizás debo volverme a acostar
unos minutos y poner el despertador
de nuevo imaginando que despierto
a un día de los animados.
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